He leído en un libro de anécdotas que
Goethe tenía constantemente invitados a su mesa, pero les prohibía terminantemente hablar mal de los ausentes, y la frase con la que cortaba a los que insinuaban una maledicencia era:
No; aquí no. Si os gusta el barro, llenad de barro vuestra casa. La mía no.
La verdad, me parece muy buena costumbre, quizás por eso que se dice de que "quien contigo habla mal de los demás, con los demás habla mal de tí".No me gusta oir comentarios despectivos referidos a otras personas; hace tiempo que tengo anotada una cita de
Hermann Hesse que explica por que no se deben emitir juicios negativos sobre nuestros congeneres (aunque sean ciertos):
Los juicios sólo son valiosos cuando afirman. Todo juicio negativo y reprobatorio, aunque sea correcto como observación, es falso desde el momento en que se manifiesta. La tercera parte de lo que los hombres hablan sobre los demás son este tipo de "juicios". Cuando digo que una persona me repele es una afirmación sincera. Quien la escuche es muy libre de achacar la culpa de esa repulsión a mi o al otro. Pero si de alguien digo que es vanidoso o avaro, o que bebe, cometo una injusticia. De este modo se podría "acabar" rapidamente con cualquier persona por medio de juicios. Para esta clase de juicios Jean Paul fué un bebedor de cerveza; Feuerbach una chaqueta de terciopelo, y Hölderlin, un loco. ¿Queda dicho así algo de ello? De igual modo podría uno decir: la tierra es un planeta en el que hay pulgas. Este tipo de "verdades" son la quintaesencia de toda falsificación y mentira. Sólo somos sinceros cuando afirmamos y reconocemos. La constatación de "faltas", por fina y espiritual que suene, no es juicio, sino chismorreo.
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