domingo, 8 de febrero de 2009

De como una cafetera me hizo cafetero

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La primera vez que mis suegros vinieron a comer a mi nueva casa, descubrí en la sobremesa que no tenía ni café, ni cafetera (la que tenía se había quedado en nuestra vieja vivienda), así que salvé malamente la situación con  unos sobres de Cappuccino descafeinado de Nescafé. Mi madre, que había asistido a la peripecia no tardó mucho en regalarme una cafetera: una Nespresso Delonghi EN95GY.

Seguro que casi todo el mundo conoce ya el sistema Nespresso, pero yo nunca había oído hablar de él, con lo que me quedé muy sorprendido al conocerlo. Estas cafeteras funcionan con unas capsulas de café, cuyo precio aproximado es de 30 centimos de Euro, y que se compran en la web del Club Nespresso. Están cerradas herméticamente y mantienen el aroma del café intacto hasta el momento de su preparación, el agua pasa a través del café sin que la capsula se rompa, con lo que la limpieza de la cafetera no da ningún trabajo. Hay una gran variedad de sabores y cada uno de ellos se identifica con un color. Con el primer pedido regalan un expositor de madera con unos rótulos que explican las notas de cata de cada variedad. Todo un “asombra visitas”.

Tras varios meses conviviendo con semejante artilugio en casa, diseñado para los gourmets del café, he sucumbido a su embrujo. Comencé por utilizarla únicamente cuando tenía visitas, pero pronto empecé a tomar algún espresso al comienzo de algún día largo, y hoy, que no necesitaba ningún estimulante (para eso es domingo), tuve que hacerme un Decaffeinato intenso solo para matar el gusanillo. Por cierto, que he dejado de tomar el café con azucar: ahora lo tomo solo para apreciar su sabor tal y como es.

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