Leo en un viejo libro esta anécdota, y me parece tan buena, como para reproducirla aquí.
Una monja al volante de un pequeño coche se quedó sin gasolina, con lo que se vió obligada a caminar un par de kilometros hasta una gasolinera. Una vez allí pidió una poca gasolina para poder acercar el coche y repostar, encontrándose con el problema de que no disponían de ningún recipiente para llevar la gasolina. Un empleado ingenioso recordó que había un viejo orinal y se lo llenó a la religiosa de combustible.
La monja regresó caminando a su cochecito, y mientras vertía en el depósito el contenido de la bacinilla, un conductor que pasaba por allí y vió la escena gritó por la ventanilla:
-¡Hermana, ya me gustaría tener su fe!
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