Es el segundo día que amanezco en esta ciudad alemana. Llegué aquí antes de ayer a las 22:40, y mí primera sorpresa fue la imposibilidad de cenar algo a esas horas: todo cerrado en el aeropuerto y nada abierto en el barrio de la periferia donde se ubica mi hotel.
Vivo en un pueblo de 2000 habitantes (nada, comparado a Stuttgart) y las 23:00 o 24:00 son horas perfectamente razonables para comer algo en un restaurante o cafetería.
Un proveedor español ha organizado una cena para hoy y fijó la hora a las 20:00.
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